Villa G / Studio KO
Un largo paralelepípedo de concreto crudo, grueso, limpio y misterioso, levita sobre la ladera desafiando la gravedad. Uno debe acercarse, a través de un largo muro de piedra, gris y calcáreo como las colinas circundantes, para detectar el truco detrás de esta ilusión. Dependiendo de las proporciones verticales a las […]
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Un largo paralelepípedo de concreto crudo, grueso, limpio y misterioso, levita sobre la ladera desafiando la gravedad. Uno debe acercarse, a través de un largo muro de piedra, gris y calcáreo como las colinas circundantes, para detectar el truco detrás de esta ilusión. Dependiendo de las proporciones verticales a las que se ha utilizado el ojo desde los primeros tiempos, el ápice de la casa es mucho más ancho que su base: el primer piso está en voladizo a ambos lados de un mínimo nivel del jardín. Dando la impresión de un equilibrio precario, al tiempo que minimiza la huella directa de la construcción en lo que le precedió, esta configuración afirma la fragilidad y la impermanencia de las intervenciones humanas en el gran lienzo del paisaje.
Desde la sala de estar elevada, uno se zambulle en la piscina de abajo, y desde el grupo se sumerge en un mar de encinas, un bosque protegido y exuberante en el Luberon, no muy lejos de un pequeño pueblo situado en la colina. Visto desde arriba, la hierba en el techo verde oculta parcialmente la rugosidad del hormigón, imitando así la paleta de colores naturales del entorno, donde las hojas y las agujas proporcionan un camuflaje imperfecto a la suciedad y las rocas: en ambos casos, una extensión de gris con salpicaduras de verde en él.
El ordenado diseño interno de la villa se afirma con claridad. En el centro, un volumen de madera reúne todas las áreas utilitarias del hogar, desde la cocina hasta el baño y los armarios. En ambos lados, liberado de estos las necesidades básicas, la sala de estar y el dormitorio principal son libres de desplegar su amplio espacio, y la mirada toma vuelo sin trabas.
La opacidad lateral del bloque de hormigón se ve contrarrestada por las amplias ventanas giratorias del piso al techo en cada extremo, que aseguran la luminosidad del espacio: simultáneamente abierta y cerrada, la villa es una joya protectora para la intimidad de los ocupantes y un mirador con vistas un paisaje que se extiende hasta donde alcanza la vista, proporcionando un tentador indicio del infinito. Es como si la villa afirmara que el objetivo principal de la arquitectura es obligarnos a mirar la naturaleza, enseñándonos así a respetarla y proclamar que sigue siendo la primera, la última y la mejor morada del hombre.