Porque un libro siempre es una fiesta. Para mí el libro tiene un valor del que todavía carece cualquier medio tecnológico; trasciende de otra manera. Es un corte de lo que está pasando hoy, en el instante de hacerlo. Y aunque automáticamente se convierte en pasado cuando pasa a ser libro, lo interesante es que uno marcó qué sucedía en el momento de realizarlo.
Toda selección es subjetiva. Por eso debe estar hecha con profesionalismo. En una obra de esta naturaleza, donde las fotografías son un elemento esencial, el espacio se replica en situaciones diferentes. La fotografía está llena de reflejos y fenómenos que en vivo no se ven; captura el instante, algo imposible de repetir. Entonces la foto, a través de la imagen, transmite cosas que en realidad no existen. O mejor, existen en la foto. Y registra algo genial, fugaz, para siempre. Pero el libro facilita algo más. A través de él, uno accede a la fantasía de soñar el espacio propio: en este caso, el baño o la cocina más fabulosos. Uno tiene la posibilidad de presenciar la obra de un grupo de profesionales que trabajan con ilusión, con ganas, con profesionalismo, desde ya. Y que, por la importancia y el respeto que merece un libro, han elegido lo mejor que podían darle.
Mi historia con el baño es muy particular. El baño que yo defino como ideal es una pieza monolítica: la síntesis perfecta de un lugar de agua. Tiene que tener una buena piedra que me asegure que el agua resbale haciendo a su paso un sonido casi místico. Porque el baño, para mí, es místico. Es importante que lo digamos en este contexto. Me animaría a proponer que es el espacio más importante de la casa. El baño nos brinda un momento de profunda intimidad en donde todos, necesariamente, nos encontramos con nosotros mismos. Una oportunidad casi única en el presente. Y además ocupa un lugar fabuloso dentro de la arquitectura actual. De a poco se está volviendo con decisión a un concepto en donde los diferentes sectores del baño quedan separados. En Europa las casas incluyen ese criterio.
Unos amigos tienen una casa antigua y preciosa en La Provence, en la que el baño está dividido: por un lado, integrada a los espacios donde uno transcurre el mayor tiempo, la zona de bachas y bañera; y, totalmente separado y en un lugar menos importante, el inodoro. Recién después de varias visitas terminé de entender lo que esto le aportaba a la dinámica de una casa.
Amigos mios, que me conocen muy bien, siempre dicen que yo debería hacer solo baños, nunca cocinas. Que todas mis cocinas son fracasos absolutos; cosa que asiente mi madre, una gran cocinera a quien le hice su cocina y luego me dijo: “No es tu fuerte”. Como no sé cocinar, puede que tenga razón. Odio estar en la cocina. No hay nada que adore más que comer y comer muy bien, pero no sé cocinar y no logro aprender a hacerlo. Pero en el estudio se trabaja en equipo. Y a las cocinas las diseñamos con profesionales especializados que, con gran obsesión, nos ayudan a dotar de funcionalidad a las cocinas que creamos.
Volviendo al libro, a los diseñadores nos ubica como patrones a seguir. Pone el foco en nuestra obra y nos vuelve objeto de atenta observación. Como sucede también con las empresas; y mucho más cuando se trata de compañías como Barugel Azulay. Estas empresas están obligadas a estar un paso adelante. Nuestro mundo es sumamente ágil, súper cambiante, y ellas deben responder a pedidos y necesidades de los profesionales que trabajamos en esto, o incluso anticiparlas. Porque uno viene a Barugel Azulay buscando lo último que cada compañía ha lanzado; además, por supuesto, de aquellos productos especialmente presentados para la firma. Entonces, cuando uno emprende un proyecto con Barugel Azulay, sabe que va a poder ofrecer a sus clientes y a sus obras lo mejor que existe en el mercado. Estamos hablando de una empresa que tiene la madurez de entender que un libro es un medio maravilloso; que este formato tradicional y eterno nos invita a permanecer, a trascender. Y ahí está todo dicho, hemos elegido emprender este proyecto, porque no hay como los libros.