Residencia familiar / Paula Herrero Arquitectura

Un interior diáfano y contemporáneo dentro de una casa con más de cincuenta años de historia.

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El estudio de Paula Herrero Arquitectura estuvo a cargo del proyecto de interiorismo de esta casa. El concepto partió de una premisa: conseguir un interior diáfano y contemporáneo dentro de una casa con más de cincuenta años de historia, respetando su belleza, sus aberturas y sus pisos de madera. Tomando la sensibilidad de las texturas a rescatar, se optó por una atmósfera interior blanca. Continuidad monocromática en paredes, cielorrasos y aberturas, en complemento con otra continuidad: el piso de madera extendido a todos los ambientes de la casa. Estos espacios, además, se diferencian entre sí por su color distintivo: blanco níveo para la mayoría, negro para la biblioteca-cine y gris para toilettes y salas de baño.
En la biblioteca-cine el criterio de la continuidad cobra fuerza: paredes y cielorrasos negros, con maderas de roble teñido de negro para carpinterías y mobiliario. La biblioteca se estructura como una pared de libros que da lugar también a la pantalla. Sobre una alfombra de algodón tejida en telar y de color chocolate y negro, se ubican tres sillones tipo Bergere, tapizados en lino texturado del mismo tono.




El estar se compone de dos espacios: uno de reunión presidido por la chimenea y otro de lectura, individual y con vistas al jardín. Sofás y sillones de texturas suaves y mullidas en linos blancos comparten espacio con obras de arte de Liliana Porter. En el área de lectura se destaca una lámpara Constanza de mesa, mientras que un plafón de luz halógena domina el estar de reunión, acompañado por luz indirecta en las paredes, proveniente de artefactos Square.




En la bodega predomina el ladrillo a la vista, mientras que una estructura simple de herrería negra ofició de soporte para las botellas, conformando la pared de vinos. En el centro de este espacio, habita una mesa antigua de campo con dos bancos de madera corridos a sus costados, iluminados por dos campanas neutras de chapa de zinc.





La cocina había sido integrada en un único espacio con el comedor diario por decisión del estudio de arquitectura. En consecuencia, se optó por trabajar con esa espacialidad generosa, buscando que el equipamiento propuesto sea percibido como una cantidad de muebles de madera “sueltos” en el espacio, con capacidad para albergar todas las necesidades funcionales de la cocina. Una mesada extensa bajo los dos ventanales lindantes con el patio, una isla central con todas las funciones específicas (lavado, anafes y hornos) y un mueble lateral tipo aparador de tres módulos, con dos heladeras panelables y un microondas empotrado en su interior. Los tres muebles fueron materializados en madera clara, con mesadas en silestone color manteca. El espacio se completa con dos estanterías blancas que logran fusionarse con paredes y cielorrasos. Se suman al comedor diario una antigua mesa de campo de pino y sillas de mimbre.


Toilettes y salas de baño comparten criterio proyectual: continuidad de piso de madera clara y envolvente interna monocromo de estuco color gris cemento. Al igual que en la cocina, el equipamiento interno se percibe como un conjunto de muebles “sueltos”: mesas de incienso con estantes inferiores hicieron de soporte a las bachas de cerámica, mientras que de las paredes cuelgan obras de arte.


El altillo, con funciones variables como la lectura, el refugio, el juego y el descanso, fue uno de los mayores desafíos, ya que todo el espacio está contenido dentro de la cubierta inclinada a dos aguas, con vistas generosas a la barranca y el río. Estructuras de madera, paredes y cubierta en un blanco continuo brindan soporte a objetos y obras de arte. En esta atmósfera diáfana el color estuvo presente en objetos y piezas de mobiliario: un extenso kilim antiguo en borravinos verdes y ocres, un móvil de la Bauhaus, la lámpara de mesa W084 diseñada por Ilse Crawford y las Wooden Dolls de la colección del Vitra Design Museum.


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